El “slow travel” recupera la esencia de viajar: estar presente, sentir el lugar y no solo pasar por él. Es dejarse llevar por el ritmo local, conversar sin mirar el reloj y disfrutar de lo cotidiano como parte del camino. No hay prisa, solo ganas de entender dónde estamos.
Frente a los viajes rápidos y las agendas llenas, esta forma de viajar propone lo contrario. Elegir menos, pero vivir más. No importa tanto lo que se ve, sino cómo se vive.
Gregorio Puga Bailón (cc)
Por eso, en este artículo no nos centramos en qué hay que ver necesariamente; es una oda a las emociones del descubrimiento pausado, a los lugares que se sienten más que se visitan, y a esa forma de viajar que deja huella sin hacer ruido.
Comarcas de la España Rural referentes para el Slow Travel
El Slow Travel es una forma de viajar que respeta. Respeta el entorno, las tradiciones y a quienes viven allí. Y al hacerlo, también enriquece al viajero, que vuelve con menos fotos y más recuerdos de verdad.
En España, por fortuna, tienes muchos destinos para disfrutar del “slow travel”. Aquí, te damos 9 magníficos ejemplos donde no solo te recomendamos visitar lugares para viajar con la calma, si no de cerrar los ojos e imaginar, con los cinco sentidos, lo que sería pasar unos días en cada una de estas comarcas.
La Garrotxa (Girona)
En La Garrotxa, los paisajes cambian sin hacer ruido: de los bosques de hayas del hayedo de Jordà a los conos volcánicos cubiertos de pasto. Los pueblos como Santa Pau o Besalú viven anclados en la época medieval. Las carreteras comarcales atraviesan campos, masías y senderos bien cuidados, pensados para ir sin prisa.
Xavi (cc)
La cocina aquí es sencilla y contundente: butifarra con alubias de Santa Pau, embutidos curados al aire y pan con tomate que no necesita más. En otoño, los boletus y las castañas marcan la carta sin hacer ruido. La Garrotxa invita a quedarse un poco más de lo previsto.
La Alpujarra Granadina (Granada)
En las faldas de Sierra Nevada, los pueblos blancos de la Alpujarra Granadina se descuelgan entre barrancos y terrazas de cultivo como si el tiempo hubiese decidido asentarse allí. Pasear por Pampaneira o Bubión no es solo recorrer calles empedradas: es escuchar el murmullo del agua que corre por las acequias moriscas y oler la leña en chimeneas encendidas en pleno junio.
Jocelyn Erskine-Kellie (cc)
La vida aquí tiene su propio ritmo, marcado por los productos de la tierra, los telares artesanales y los bares donde aún se sirve vino en jarra de barro. No hay monumentos rimbombantes, pero sí miradores solitarios, platos de jamón curado al aire puro y mucho silencio.
El Matarraña (Teruel)
El Matarraña se recorre entre caminos que cruzan olivares centenarios y pueblos donde el tiempo parece haberse asentado. Valderrobres, Beceite o Calaceite conservan la piedra viva en sus calles y plazas, además de una forma de vida que no necesita adornos. Una comarca con múltiples senderos de gran belleza, de saltos y charcos de aguas turquesas que reconfortan el alma.
Nemeth’s Picture (cc)
En las mesas se celebra la tierra: longaniza seca, queso de cabra, aceite denso de empeltre y vino con carácter. En temporada, la trufa negra entra en juego y transforma hasta los platos más sencillos. Aquí se come como se vive: sin prisas, con gusto y con el producto justo.
El Bierzo (León)
El Bierzo tiene un ritmo tranquilo que se nota en cuanto se pisa Cacabelos, Villafranca o cualquier aldea rodeada de viñas. El paisaje cambia entre castaños, laderas suaves y huertas bien trabajadas. Las Médulas, con su color rojizo y formas imposibles, sorprenden sin necesidad de grandes palabras.
Gabriel Fernández (cc)
La comida es parte del día, no un añadido: botillo, pimientos asados, empanadas de masa gruesa y vino mencía servido sin formalidades. Todo sabe a cocina de casa, de domingo. En El Bierzo basta con sentarse al sol, caminar un rato y dejar que el día pase sin apuros.
Valle de Baztan (Navarra)
El Valle de Baztan tiene ese verde profundo que parece no acabarse nunca. Los pueblos, como Elizondo, Arizkun o Amaiur, conservan caseríos sólidos, balcones con geranios y un silencio que no incomoda. Las mañanas suelen empezar con niebla, y eso le da al valle una calma que acompaña todo el día. Los caminos entre prados y bosques invitan a un tranquilo paseo.
Eneko Bidegain (cc)
La gastronomía en el Baztan es generosa: cordero al chilindrón, cuajada con miel, quesos fuertes y pan del día. Todo sabe a producto de cercanía. Aquí no hay mucha distracción, y eso es parte de su encanto.
Rías Baixas (Pontevedra)
En las Rías Baixas, el mar está presente en casi todo: en los paseos por el puerto, en la humedad del aire y en la rutina de quienes siguen saliendo a faenar cada día. Lugares como Cambados, Combarro o A Illa de Arousa se descubren mejor caminando sin rumbo fijo, entre hórreos junto al agua y calles empedradas.
Juanje Orío (cc)
Se come bien y sin complicaciones: empanada gallega, pulpo o mejillones al vapor. Y sí, siempre acompañado por un albariño, que entra fácil. No hace falta mucho más. Aquí, lo valioso está en lo cotidiano: una sobremesa larga o una tarde en una playa casi vacía.
Valle del Jerte (Cáceres)
El Valle del Jerte es famoso por sus cerezos en flor, pero hay mucho más que disfrutar. El valle sigue teniendo su encanto: gargantas frescas, pueblos tranquilos como Cabezuela o Rebollar, y caminos donde el agua corre todo el año. La carretera incluye paradas breves para mirar desde lo alto y seguir bajando poco a poco hacia el fondo del valle.
Raúl AB (cc)
En los bares y casas rurales se sirven migas, cabrito al horno y queso de cabra curado, siempre acompañado por alguna receta con cereza si es la época. El ritmo lo marca la luz del día y el rumor constante del agua.
Serranía de Ronda (Málaga)
La Serranía de Ronda se recorre con calma, entre curvas que van abriendo valles, encinas y pueblos que se asoman al vacío. Ronda impone desde su tajo, pero fuera del centro, lugares como Montejaque o Genalguacil guardan otra forma de estar, más pausada.
Daniel Sancho (cc)
Las tardes se estiran en calles estrechas donde se oye el canto de algún gallo y poco más. En la mesa, chivo al ajillo, sopas cortijeras y chacinas que se curan al aire limpio. El vino de la zona, de pequeñas bodegas, acompaña sin protagonismo. La vida aquí se mide en paseos tranquilos o en la sombra de una parra.
La Alcarria (Guadalajara)
Los paisajes de La Alcarria son amplios, con campos de lavanda, colinas suaves y pueblos que aparecen de pronto, como Brihuega o Torija, con sus plazas tranquilas y cuestas. El aire seco y limpio invita a mirar lejos y las carreteras secundarias invitan a perderse.
Sito Ruiz (cc)
En la mesa, miel -la de verdad-, queso curado, aceite espeso y cordero al horno. Productos sencillos pero con carácter, como la tierra. Aquí no hay nada urgente. Se viene a parar, a leer, a pasear por la tarde cuando baja el sol y a entender que la calma también tiene valor.