Casas rurales cerca de Parque Nacional de Timanfaya

Ocupa este incomparable e inolvidable Parque una gran parte de la porción sudoccidental de la isla de Lanzarote. Su constante uso turístico ha fomentado un fácil, armonioso y bien señalizado acceso, sobre todo desde las localidades de Yaiza y Tinajo. Las cortas distancias y el buen estado de la red de carreteras de la isla permiten que cualquier alojamiento, de los muchos miles que el turismo ha fomentado en este plácido rincón de las Canarias, pueda ser utilizado como base de partida para conocer Timanfaya. Una peculiaridad de este enclave es que las visitas deben girarse en grupo y con guía, y con la absoluta prohibición de salirse de los caminos o tocar o llevarse una sola porción de lava.

Ninguna otra de las porciones del ámbito español resulta más joven que los paisajes de este Parque Nacional. Prácticamente todo lo que hoy contemplamos en Timanfaya no estaba en ese lugar tan sólo hace dos siglos y medio. Las erupciones acaecidas en el siglo XVIII recubrieron de lavas y cenizas estas miles de hectáreas. Incluso la isla le ganó al mar una notable porción de espacio. La extraordinaria juventud de la erupción volcánica que cambió por completo el paisaje de lo que hoy conocemos como Timanfaya permite una completa aproximación al volcanismo. En primer lugar, por no haberse todavía extinguido los fenómenos de ese tipo. Aunque hay más que nada una atracción turística, en el llamado islote de Hilario pueden observarse y hasta sentirse los calores de la tierra, que a escasa profundidad alcanzan centenares de grados. Luego, porque todas o casi todas las formas de relieve de origen volcánico quedan ante nuestros ojos completamente intactas. La erosión no ha podido aún enmascarar los enormes mantos de lavas de los conos volcánicos, muy bien representados en montañas de fuego, sobre el Mar de la Tranquilidad y en Timanfaya.

Los llamados hornitos se deben a cráteres secundarios de muy corta actividad. También existen grandes mantos de cenizas, de espesores suficientes como para haber sepultado un buen número de caseríos y tierras de cultivo. Hay bombas volcánicas de diversos tamaños, incluso del de un automóvil. Y, finalmente, todos los volúmenes que la caprichosa lava va formando a su paso.